lunes, julio 24, 2006

PROSPERO INFANTE MARRERO

Por: Arturo Graffe Armas

Un rostro sin manchar y un semblante sin espinas; un viajero que se fue, sin anunciar su
despedida; un creador de ideas con valentía para realizarlas; un sembrador de versos, como lo
fue su progenitor; una gota de agua para la santa sedienta.
Tenía soltura de palabras para la improvisación de sus discursos y la redacción de sus escritos,
lo que le ganó la admiración de nativos y foráneos. Mi libro “Brisas y Brotes del Tiempo” así lo
reafirma en el prólogo de su autoría.
En sus declaraciones, siempre dio lo mejor de sí. Ponderado como su hermano Rodrigo. Podríamos llamarlo un Juez de Paz, por ser trinchera contra los desmanes. Manejaba un vocabulario universal del pensamiento educativo y filosófico.
En el trayecto del trabajo al hogar, sus discípulos lo rodeaban para hacerle preguntas y aun cuando le retardaban el almuerzo, él disfrutaba de ese comportamiento de los educandos y para colmo sus amigos le estropeábamos sus ratos de descanso.
Ya era muy común en los pueblos de la comarca oír esta expresión “Anda casa de Próspero para que te solucione tus problemas”.
En épocas pasadas ocupó varios cargos en el Ejecutivo Regional y no imponía horarios para atender a quienes a él acudían.
En vida recibió varios reconocimientos y se empinó para ver el efecto de la transformación social. Ahora se convirtió en camino, ejemplo, sol, calor, luz, tierra fértil y la alegría del aire en movimiento alrededor de los suyos.
La intelectualidad guariqueña y en especial del Orituco, está en deuda con su obra.
En Altagracia de Orituco a tres meses de su partida.

miércoles, julio 19, 2006

TEME

Por: Pedro Soler (QEPD)
Recopilación: Evelín Antolinez

Las aguas cristalinas jugueteaban sobre las peñas rugosas de musgo, un musgo verde que nacía adherido a las rocas y donde los lambe-piedras y los mata-guaros pasaban el día lambiscando.

En la barranca del pozo, todo vegetación, tupido follaje, árboles centenarios cual centinelas celosos de algún preciado tesoro, de cuyas ramas colgaban gruesos bejucos de caprichosas formas, bajo su sombra, ahí, entre el verdor, estaba un indio sentado en un tronco de cují negro.

Este no era otro que el indio Teme, respetado por todos en la tribu por su valor, arrojo y valentía. Pero su vida era un misterio, siempre hosco, uraño, no se reunía con los demás, siempre solo, oculto, pensativo, cabizbajo. Ahí, sentado, mirándose las manos, pensativo murmuraba: 1-2-3-4… 1-2-3-4 y volvía… 1-2-3-4….

Su mirada a veces se quedaba fija en el pozo, tan fijamente que parecía estar absorto, como si hablara con alguien… 1-2-3-4….

El murmullo del agua, el canto de las aves silvestres, el arisco viento entre el ramaje parecían decirle… ven…ven…ven.

Absorto, ensimismado, la vista fija en el remolino que se formaba en el pozo. Un remolino al contorno de una enorme piedra, donde según la leyenda indígena vivía el encanto.

En más de una oportunidad, uno que otro cazador juraba haber visto a un enorme chigüire blanco, de proporciones gigantescas.

Los indios, moradores naturales de la región, le atribuían poderes sobrenaturales y le rendían culto al ofrendarle la mejor pieza cazada o lo mejor de la cosecha. Todo cazador, antes de emprender la cacería, se dirigía a orillas del pozo para hacerle el pedimento al encanto del pozo del Yagrumo. (1)

A todas estas, el indio Teme seguía absorto… 1-2-3-4 y le parecía escuchar… ven… ven… ven… Era algo irresistible, como un embrujo de una diosa mitológica:… Ven… ven….ven. Sin darse cuenta llegó a la orilla de la barranca… el llamado era imperativo: “tienes que venir... ven…ven…ven.” Era el encanto que lo llamaba.

Se lanzó al agua y nadando con sus potentes brazos atravesó el remolino y subió a la gran peña, donde estaban marcadas claramente las huellas de un enorme chigüire, los cuatro dedos de cada pata. En ese instante escuchó el canto de un garrapatero (2) que decía “le sobra una… tiene cuatro, le sobra una.” Fue cuando hizo la súplica al encanto del pozo, prometiéndole un venado todos los días con tal que le completara los dedos que le faltaban.

Se puso en cuatro patas, de modo que sus manos y pies quedaran justo donde estaban las huellas del chigüire. Era tanta su preocupación que no se dio cuenta de que un grupo de indios que venían de sus labranzas lo estaban observando atemorizados y enseguida corrieron a la aldea, alarmados, a dar la noticia.

El indio Teme, con los ojos fuertemente cerrados hizo su petición y promesa y cual sería su asombro al abrir los ojos y ver que tenía cinco dedos en cada mano y en cada pie. (3)
A todas estas, venían llegando los indios presurosos, mientras Teme, lleno de regocijo saltaba y reía olvidándose por completo del encanto y su promesa. En uno de los brincos resbaló y cayó al agua en medio del remolino que lo arrastró vertiginosamente alrededor de la gran peña.

El indio Teme braceaba ferozmente contra la corriente, pero a medida que sus fuerzas mermaban, era más fuerte el remolino.

En la orilla, sus hermanos de raza, azorados, contemplaban impávidos la escena y decían: Teme muere, Teme muere.

Ya exhausto, sin fuerzas, el indio Teme fue tragado por el turbulento remolino del encanto del pozo del Yagrumo.

El encanto se llevó a Teme.. Teme muere…Teme muere…

Pasa el tiempo y en la tribu no hay niño, anciano o guerrero que al pasar por el sitio no murmure: Teme muere. Así, al correr del tiempo, llegado el invierno con sus torrenciales aguaceros, se oyó en el poblado un gran trueno en dirección al pozo. Todos corrieron asustados a ver lo que sucedía y al llegar al riachuelo vieron bajo la luz de la luna y en medio de las aguas crecidas la enorme piedra del encanto y sobre ella en enorme chigüire blanco, cual jinete sobre su montura rocosa al vaivén del oleaje.
Todavía, cuando un indio pasa por el sitio, es casi religioso el susurro: Teme muere.

He aquí el origen del nombre de la quebrada que baña de Este a Sur al cantón de Bolívar: TEMEMURE. (4)


Nota del autor:
(1) El pozo Yagrumo existe aun y nunca se seca.
(2) Garrapatero, ave silvestre.
(3) El chigüire solo tiene tres dedos porque le dio uno de los suyos al indio Teme.
(4) Con la llegada del hombre blanco, la frase Teme muere se convirtió en Tememure.