lunes, abril 24, 2006

LOS DILEMAS DEL DESARROLLO HUMANO

Manuel Gómez Naranjo
Mail: accicamp@cantv.net


La dependencia del camino

¿Estamos condenados al subdesarrollo por haber nacido en el sur? En el sur latinoamericano existe una élite que vive en la opulencia y una respetable clase media que habita en una Campana de Vidrio asediada por una multitud de seres sumergidos en la pobreza.
Los excluidos tienen que hacer esfuerzos enormes para subsistir en un contexto que conspira en contra de su futuro, debido a que las condiciones generales de una nación determinan las posibilidades individuales de las personas. Esta determinación ha sido llamada por Robert Putnam: “la dependencia del camino, en la que se puede llegar a depender del lugar de origen y se descartan simplemente algunos destinos a los que no se puede llegar desde allí. La dependencia del camino puede producir diferencias perdurables en el desempeño de dos sociedades, aun cuando las instituciones formales, los recursos, y las preferencias individuales en ambas sociedades sean similares”.
En otras palabras, para alcanzar el desarrollo es necesario intervenir, además de las variables clásicas de crecimiento económico y desempeño institucional, algunas variables culturales que apunten a rediseñar el lugar de origen para acceder a destinos deseados de manera deliberada.

Entre el egoísmo y la filantropía
La discusión no resuelta es más bien ética y filosófica: ¿Cuál es la emoción o la pasión originaria que posibilita la felicidad o la frustración de enormes colectivos humanos? Hay quienes sostienen que la clave está en la solidaridad humana por encima del egoísmo y los intereses individuales; según esta postura la moral preferible es aquella que coloca el interés general por encima de los intereses particulares; de allí que, la manera más adecuada de equilibrar los intereses generales será un Estado Benefactor, lo que a su vez supone la existencia de una elite esclarecida y pura con capacidad para establecer inequívocamente los límites entre el bien y el mal.
Desde esa perspectiva el amor por la humanidad es la causa primaria de la generación de riqueza; la producción de bienes y servicios no responde al afán de lucro de las personas sino a la percepción de que hay gente que los necesita y, otros con espíritu filantrópico, en disposición de producirlos.
Otra de las posiciones sostiene que la clave está en el interés particular. Esta idea simple, parte de la premisa de que es inmoral no ocuparse de sí mismo. En la medida que cada quien se ocupe de sí mismo estará menos expuesto a la indigencia por lo que no tendrá que depender de otros para garantizar su existencia.
Se conjetura que la preocupación masiva por los intereses particulares deviene, a la larga, en el bien colectivo; siempre y cuando responda a lo que se ha dado en llamar individualismo ético; con lo que se quiere señalar que el interés particular puede coexistir perfectamente con el sentido del bien común. Este enfoque propone que las personas tienden a ser egoístas y al mismo tiempo benevolentes, a preocuparse por sí mismas y a tener virtudes filantrópicas, a ser, en esencia, humanas.

Estados hiperactivos y ociosos

El desarrollo no tiene que ser, necesariamente, un proceso cruel en el que los individuos están condenados a desagarrarse mutuamente y a enfrentarse, inermes, a las fuerzas ocultas del mercado; puede ser un proceso amigable en el que el Estado diseñe regulaciones adecuadas que se constituyan en un marco favorable para la actividad humana, y proporcione facilidades para que los ciudadanos puedan acceder a la educación, a la salud, a la justicia y a la seguridad social. Sin embargo ¿dónde está el punto de equilibrio? Un Estado demasiado activo e intervencionista puede entorpecer la dinámica económica y la libertad de las personas, pero, un Estado ineficiente y postrado puede generar resultados equivalentes. El colmo es cuando se combina lo peor de los dos extremos, es decir, un Estado que regula de manera férrea la economía y que, al mismo tiempo, sea tremendamente ineficiente en la atención de aspectos como la educación, la salud y la seguridad social.
Lo peor es que esa tensión, hace crujir los fundamentos de la democracia y de la libertad, porque en el afán de lograr más “protagonismo” de los excluidos se corre el riesgo de entronizar ideologías autoritarias, cuyos líderes se autoproclaman portadores de verdades absolutas e interpretes unívocos de las aspiraciones de las mayorías.
Finalmente, no podemos olvidar que el actor fundamental para alcanzar un Desarrollo Humano es la persona misma, nada mejor que lo que escribió Alain Touraine al respecto: “El sujeto personal sólo puede formarse apartándose de las comunidades demasiado concretas, demasiado holistas, que imponen una identidad fundada sobre los deberes más que sobre los derechos, sobre la pertenencia y no sobre la libertad (…) la idea de sujeto no crece en los invernaderos demasiado protegidos. Es una planta silvestre”.


Los objetivos del milenio

Los ocho objetivos de desarrollo del Milenio para el 2015, constituyen un plan convenido por todas las naciones del mundo y todas las instituciones de desarrollo más importantes a nivel mundial; ellos son:
 Reducir la pobreza extrema y el hambre
 Lograr la enseñanza primaria universal
 Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer
 Reducir la mortalidad infantil
 Mejorar la salud materna
 Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades
 Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente
 Fomentar la asociación mundial para el desarrollo

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