viernes, mayo 26, 2006

CRONICA DE GUERRILLAS

Una noche de asalto.

Todas las noches esperábamos a la plagas en la puerta del cuarto, allí nos paramos papá y yo como dos guardianes de la salud a atrapar los zancudos con las manos embadurnadas de kerosén, y cada vez que matábamos uno, lo marcábamos en la pared para llevar un registro de las bajas producidas a las columnas de mosquitos, que a decir de mi padre eran los portadores del paludismo.
Para entonces el pueblo había sido tomado por el ejército y una guarnición de militares permanecía en la inmediaciones, constantemente grupos de la Digepol se trasladaban por las calles, de arriba a abajo. La Prefectura que estaba ubicada al lado de nuestra casa, era centro de movimientos y conversaciones de extraños personajes vestidos de civil, siempre con fusiles al hombro, algunos con cascos militares, a una cuadra de la jefatura civil, se instaló una estación de la policía política; desde la ventana del cuarto de mi casa se escuchaban las risas y conversaciones sostenidas por los policías y alguno que otro civil. De vez en cuando alguna mujer del buen vivir se acercaba con sus labios rojos y sus cachetes colorados a coquetear con los hombres de armas, haciendo el escenario divertido, toda vez que en el imaginario de un niño de 6 años se disparaba la creación, especialmente cuando a aquella mujer la apodaban “La Casco Roto” . ¿Porque le decían así? ¿Seria por sus relación con los militares,
seria por cabeza dura?. Realmente nunca llegue a saberlo, cuarenta años después me hago la misma pregunta recordando la gracia de aquella pequeña y regordeta mujer de labios rojos, de aspecto mulata, que cierta vez hubo de recurrir al auxilio de mi padre, el boticario, para curar un padecimiento venéreo.
Sin darme cuenta el pueblo respiraba una atmósfera de terror debido a la presencia de aquellos “policías” llamados digepoles, que hurgaban con la mirada a los habitantes donde todos éramos sospechosos.
El servicio de luz eléctrica que entonces existía en Guaribe lo proporcionaba una planta a gasoil que era encendida al comenzar la noche y apagada a las once, a partir de ese momento funcionaban las velas y las linternas, todo el pueblo quedaba a oscuras, en las calles los únicos autos que circulaban eran de los militares o de la Digepol.
Una noche de abril de 1966, comenzamos la rutina de atrapar plagas a la puerta del cuarto y ya para los ocho de la noche terminaba nuestra faena y luego a colgarse en los chinchorros a dormir.
Como una pesadilla de media noche, desperté apurado por mi padre y mi hermano mayor pidiendo que me tirara al suelo, que me agachara. Entre la oscuridad puse mis rodillas en el piso frío y seguí la silueta de mi padre junto a mi hermano mayor, Ricardo, hasta un rincón del cuarto, me coloque en medio de los dos, soportando un ataque de cólicos que sufría mi papa por los nervios ante aquella situación.
Al volver en conciencia escuchaba los gritos y los tiros que venían desde la calle, ráfagas de metralla, pasaban silbando sobre el techo de la casa, los tiros y los gritos se perdían entre la oscuridad, tiros distantes e intermitentes continuaban disparándose desde otros puntos. Todo quedó en silencio unos minutos después, un carro pasó veloz frente a la casa rompiendo el silencio, luego otro, hasta que todo quedo tranquilo. Continuamos agachados en el rincon hasta que amaneció.
Un silencio sepulcral se dibujaba en los rostros de los que venían a la botica a buscar algún remedio. “¿Don Rafael escuchó el tiroteo anoche? Y que fueron los guerrilleros!”, decían con la mano en la boca. Papa guardaba silencio.
La noticia apareció dos días después en Ultimas Noticias, pero la habíamos vivido en carne propia y muy cerca. En la línea de tiro de la Digepol, había quedado un cotufero que perdió la vida y que fue encontrado horas después, por un hilo de sangre que manaba de su camión, la muerte lo halló dormido en su chinchorro cuando disparatadamente la policía tiroteaba a las sombras de una brigada guerrillera del Frente Ezequiel Zamora de El Bachiller, que como táctica dilatoria decidieron aquel ataque un día de abril de 1966.

Aldemaro Barrios Romero
aldemarobar@yahoo.es

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