viernes, mayo 05, 2006

Los males de mayo

Evelin Antolinez
Mail: eveantolinez@yahoo.es

Llegó el mes de mayo y con él las primeras lluvias. Al parecer el invierno decidió ser madrugador este año. Tal vez algunos se sentirán complacidos ante las tempraneras precipitaciones, como los agricultores que necesitan del lagrimeo celestial para embeber sus cosechas. No así quienes tenemos que padecer los infortunios de una ciudad como Caracas, no apta para tales eventos. Y no es que sean inesperados, pues cada año se repiten con menor o igual intensidad, sólo que no se toman las medidas correctivas para evitar los males de siempre.

Mientras millones y millones de bolívares se esfuman en planes operativos para paliar la situación, a nosotros, simples mortales, nos corresponde vivir o tal vez morir un poco en cada laguna que se forma en las principales vías. Y qué decir de las colas, pues ni hablar. Si vas en transporte público, hay que soportar el mal humor del conductor, cuando no sus vallenatos a todo plumón, respirar el vapor viciado encerrado por que todas las ventanillas van cerradas y las goteras dentro de la unidad. Pero si vas en tu propio vehículo no creas que te salvas, porque estás expuesto a ser tragado por uno de esos enormes huecos anegados de agua y de paso, tener que salir del confort de tu carro en medio de aquel aguacero, para empujarlo y así evitar seguir escuchando los insultos y el corneteo insistente de los atrapados en el atasco.

Y todo esto si tienes suerte y no la mala fortuna de vivir en uno de los tantos barrios que bordean esta sucursal del infierno pues hace mucho que dista de ser la sucursal del cielo. Allí hay que encomendarse a Dios y sacar del baúl de los recuerdos cuanto cuchillos en cruz, palmas benditas, platillos con sal y oraciones a Santa Bárbara encuentres en el camino, para implorarle que cese el temporal.

Pero otro mal se va escurriendo sigilosamente con cada gota que cae. Nadie sabe de dónde proviene, cuál es su causa y mucho menos su cura. Ataca a ricos y pobres por igual. Unos dicen que es un virus, otros que las aguas revueltas, los que más simplemente que es Mayo. Lo cierto es que se siente y se sufre en cada retortijón de estómago y en cada carrera que tienes que pegar para llegar a tiempo al baño. Esto, aunque a simple vista parezca muy sencillo, en esas circunstancias se transforma en toda una aventura. ¿No le ha pasado alguna vez, que está tranquilo, en su puesto de trabajo y de repente le ataca el golpe bajo del malestar estomacal? Pues allí empieza la odisea: pasos cortos y apurados, la esperanza de no tropezarse en el pasillo con algún inoportuno que le haga cualquier pregunta y sobretodo, encontrar el baño desocupado, porque si no, hay que literalmente llamar a María.

Empiezas con un tímido: “le falta mucho” y esperas que ese “no” que escuchaste del otro lado de la puerta sea verdad. Le siguen unos pasitos más cortos aun que van y vienen, apretando bien esas nalgas para evitar lo imaginable. Cuando por fin se abre la puerta, casi atropellas a la persona que sale para ganar tiempo. Das unos saltitos tratando de desabotonar lo más rápido posible el pantalón. ¡¡¡Ufff!!! Y cuando ya te dispones a hacer lo que nadie puede hacer por ti, ves por debajo de la puerta contigua unos zapatos. ¡¡¡Trágame tierra!!! De pronto y luego de un portazo se oye una voz que dice: “M’hijo, tu lo que estás es podrido”
En ese momento, un acto tan normal y cotidiano, se convierte en un trauma. Te quieres ir también por el desagüe.
Y todo esto gracias a Mayo con su inesperado cargamento de lluvias, truenos y descargas eléctricas, las cuales es mejor recordarlas desde la nostalgia casi infantil de aquellos primeros chaparrones en un pueblo del Orituco, cuando salíamos en grupo a bañarnos bajo las lágrimas del cielo.
Caracas:05-05-2006

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